Una acción en espíritu y en verdad
Adoración es amor exaltado, es cariño profundo. La palabra griega proskuneo –traducida a menudo en el nuevo testamento como adoración– significa postrarse o arrodillarse. La adoración es una actitud del espíritu.
La naturaleza de la adoración cristiana va de adentro hacia afuera y tiene una cualidad realmente importante: debemos hacerlo en espíritu y en verdad (Juan 4:23-24). Por eso, la adoración es un acto externo, motivado por un acto interno.
Acá comparto estos dos aspectos importantes sobre la adoración:
Nacer de nuevo. Sin el espíritu santo habitando en nosotros, no podemos responder a Dios en adoración, porque no lo conocemos. Nadie conoció las cosas de DIOS sino el espíritu de DIOS (1 Corintios 2:11). El espíritu santo es el que vigoriza nuestra adoración.
Adorar en el espíritu requiere de una mente centrada en DIOS y renovada por la verdad. No os conoforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:12).
El que quiera ser adorador, tendrá que entender que en todos los aspectos de la vida está glorificando a Dios. Su vida entera es un acto de adoración.
En ese sentido, debemos derribar todos y cada uno de los altares que a veces, de manera muy sutil, persisten en nuestras vidas.
Jesús dijo que el mandamiento más importante de todos era “amar a Dios por sobre todas las cosas”. Por lo tanto, el amor al dinero, al poder, a la vida misma, al YO, al esposo o a la esposa, a los hijos… se convierten en altares si no entendemos que todo, absolutamente todo, debe supeditarse a Dios. El único amor exaltado que debemos tener en nuestras vidas está reservado exclusivamente a Dios. De Él es el mundo y su plenitud, el dueño de la plata y del oro, de la vida y de la muerte, el que nos provee, el que sustenta nuestras vidas, a Él vaya toda la gloria y toda la honra y, en consecuencia, nuestra ADORACIÓN.
